Las encuestas van confirmando lo que ya sabíamos. No hay nadie en el puente de mando, en los distintos puentes de mando de la democracia española, de quien nos podamos fiar. Ha sonado el grito de "sálvese quien pueda" y ni siquiera se respeta el protocolo sagrado de los niños y las mujeres primero. Al contrario, los niños y las mujeres son quienes peor parte llevan en esta naufragio colectivo.
Las próximas generaciones tendrán menos estatura; las mujeres habrán retrocedido en la dolorosa marcha hacia la igual. Alberto Ruiz Gallardón ha decidido, desde su siniestra moralidad a la carta, que los niños deformes y los niños con alteraciones graves aparezcan en este escenario en el que no ponen un euro para atender la dependencia. Las niñas del IBEX 35 podrán ir a abortar a Londres, como nuestras madres, las que tenían recursos o mendigaban entre los amigos. Y, si no, a la partera. Perdonen que sea tan prosaico, pero es lo que toca.
Muchos cientos de miles de niños españoles están siendo mal alimentados. Los hijos de sus hijos volverán a ser esos españoles a los que se les escatimaron el yogurt cuando eran pequeños. El sueño de una España olímpica quedará para que participen los hijos de los elegidos. Los que consigan hacerse a sí mismos será porque han encontrado la forma de sustraer dentro de la legalidad o con suerte al margen de ella.
Del Rey hacia abajo, no se salva nadie. Todos suspendidos, los que están en el poder y los que están en la oposición. Quienes están al frente de las patronales y quienes lideran los sindicatos. En el Banco de España, en las autonomías, en los organismos reguladores. En los tribunales de Justicia. Todos suspendidos. La sociedad no confía en ellos.
Este cuento está tan sabido que a nadie le importa la resultante dramática de una España a la deriva, en la que todos se irían si pudieran. Se quieren ir la mayoría de los catalanes, buscando un atajo para encontrar Europa sin el trámite de pasar por España. Se quieren ir los jóvenes en busca de dignidad para un futuro transitable. Se quieren ir, porque no les queda otro remedio, los inmigrantes, que vuelven a sus países con la derrota en el rostro. Ya no habrá extranjeros que limpien nuestra suciedad y que cuiden de nuestros abuelos. Y no se pueden ir, aunque quisieran, los que la vida ya les ha pasado por arriba y tiemblan con el anuncio de cada recorte en sus miserables pensiones.
Esta enorme derrota colectiva de la que solo se han salvado los elegidos que no tienen escrúpulos en jugar con las cartas marcadas, tiene nombres y apellidos. ¡Y se quejan de los escraches cuando ellos han hecho uno colectivo a la inmensa mayoría de los españoles!
No hay solución sin una regeneración o refundación de la democracia. Si a alguien le importa España, debe saber que hay que tirar sin violencia, a ser posible, el álbum de cromos de esta sociedad y empezar de cero en la búsqueda de representantes, más listos o más tontos, pero que tengan dignidad.
Al Rey de España y a la monarquía se le ha perdido el respeto que no se han ganado. Si no hay más republicanos activos es porque todo el mundo sabe que habría que elegir entre los mismos caretos.
Los medios de comunicación no sirven siquiera para mantener a sus periodistas. Y los periódicos y las televisiones tampoco tienen credibilidad. Forman parte de un paisaje incendiado en el que cada vez resulta un sacrificio más grande leer unos periódicos que no compra nadie.
Una parte de la sociedad se ha refugiado en la tecnología y las redes, buscando la verdad a golpe de ordenador, porque las instituciones se la niegan.
Esto no es un alegato al pesimismo sino a la rebeldía. Las sociedades se hunden y se levantan cuando han tocado fondo. Y debajo de nosotros ya no hay nada.