Tenemos que reinventarnos. ¿Todos de acuerdo? En eso estamos desde hace ya cinco años. Pero no damos ni con la llave de arranque que nos saque del atolladero, la clave para resolver la ecuación que plantea equilibrio de ingresos y gastos, ni con la ruta futura, el diseño de país que queremos y podemos.
A estas alturas todos hemos asumido ya que "nuestro modelo de negocio", como les gusta decir a los alemanes al hablar del modelo económico de un país, no era sostenible. El castillo de naipes de nuestra economía no era más sólido que las sórdidas y cutres viviendas "populares" que hemos sufrido los españoles durante décadas pagándolas además a pelo de conejo. Ha sido una huida hacia adelante que estamos pagando muy cara. ¿Cuándo empezó esa huida hacia adelante? La última vez que "nuestro modelo de negocio" se quedó también obsoleto.
En la década de los 80, en la primera legislatura socialista, empezó la desindustrialización de España. Nunca llegué a comprender cómo podía ser económicamente rentable el cierre de fábricas, altos hornos, o los astilleros, enviando decenas de miles de trabajadores al paro. A eso, en aquella época, se le llamaba "reconversión" . Reconversión…, ¿en qué?
Si alguien puede ilustrarme sobre qué industrias alternativas sustituyeron a las empresas que cerró en esa época Carlos Solchaga, uno de los pioneros del "neoliberalismo socialista", agradecería la aportación.
No dudo de que esas industrias heredadas del franquismo estuvieran obsoletas. Pero en mi ignorancia siempre me he preguntado si, en lugar de cerrarlas, no hubiera sido más rentable "reconvertirlas" de verdad y hacerlas rentables. Por aquella época aún no se hablada de "nuevas tecnologías", pero las había, nuevas tecnologías de la época, apenas se hablaba de "innovación", pero la innovación ya existía antes de Steve Jobs. La innovación tecnológica quizá hubiera salvado los astilleros, los altos hornos, las empresas secundarias que vivían de esas industrias troncales.
Pongamos el caso de Alemania. Este país se ha enfrentado a dos "reconversiones" gigantescas en los últimos 20 años. Una, la del Este, tras la reunificación, en términos muy parecidos a la llevada a cabo en España. Se podría decir que fue una reconversión "política", un cierre sistemático de empresas, condenando a una parte del país y sus ciudadanos a emigrar al oeste, a ser mano de obra barata para el resto de Alemania que, desde entonces, ya no necesitó más emigrantes extranjeros. Una mano de obra cualificada, experimentada, socialmente curada de sindicalismo, entregada a un modelo económico totalmente distinto del que habían vivido sin discusión posible.
Una foto más de lo que Fukushima llamó "el fin de la historia" y que en el alemán de Angela Merkel podemos calificar de "alternativlos" (sin alternativa). A cambio de desmantelar industrialmente el Este se puso en marcha un plan de infraestructuras gigantesco, que aún no ha terminado y que se cuenta ya por los 2 billones de Euros financiado con un impuesto a todos los ciudadanos del Oeste. "Los paisajes floridos" que prometió Helmut Kohl el día de la unificación son verdad. Sobre todo, si recorres con la vista los kilómetros y kilómetros de cultivos de soja, nabos, girasol… Ciudades semivacías, pero, eso sí, paisajes floridos por lo menos en primavera.
La otra reconversión es en el Oeste, y fundamentalmente podemos centrarla en la cuenca del Ruhr. El cierre de la minería del carbón está a punto de consumarse en Alemania aunque el consumo de carbón todavía es considerable (casi una quinta parte de las necesidades energéticas alemanas). Muchas ciudades mineras alemanas ofrecían casi el mismo aspecto que las abandonadas del Este: jubilados por las calles, ausencia de jóvenes.
Pero poco a poco esas ciudades se han ido enganchando a nuevas empresas asentadas al calor de la tradición industrial. Grandes pozos mineros se han convertido en museos, grandes instalaciones industriales se han remodelado en salas culturales, de congresos, musicales, poniendo la vista en el turismo interior (los jubilados tienen tiempo de hacer turismo).
20 años han durado esas "reconversiones" que están a punto de terminar, porque ya apenas quedan infraestructuras que construir en el Este, bloques de viviendas "platenbau" que derribar para construir parques, fachadas que remozar para rascar el cutrerío comunista.
Pero la mano de obra barata del Este se ha agotado. Los alemanes no tienen hijos desde hace décadas. La nueva industria alemana, lanzada desbocada hacia la exportación apoyada en la inmejorable imagen "made in Germany" necesita mano de obra cualificada en las nuevas tecnologías y esa mano de obra ya no puede venir sólo del Este.
Los fracasos de integración de emigrantes de otras culturas, visibles tanto en Alemania como en Francia o Reino Unido dejan claro que lo más rentable a largo plazo es la mano de obra que sobra en países como España, Italia, Grecia, Portugal.
La emigración de esos países en los años 60 fue uno de los cimientos del milagro alemán.
Unas tasas de paro relativamente altas en esos países son una garantía de que Alemania pueda importar a su gusto la mano de obra que necesita. Naturalmente, una tasa demasiado alta puede provocar avalanchas indeseadas. El idioma es una barrera mucho más eficaz hoy en día que los cupos. Si para los emigrantes de los años 60 el no saber alemán sólo significaba exclusión social porque apenas lo necesitaban para poner ladrillos o apretar tornillos en las cadenas de montaje, hoy no saber alemán significa exclusión laboral, menos sueldo. La ignorancia del idioma conduce a guetos, una lección aprendida. Con un par de normas a la carta para limitar las ayudas sociales ya está regulada la emigración sin recurrir a los cupos que hoy la legislación europea no permite para lo comunitarios.
Llegados a esto, ¿qué nos queda a los españoles? Reinventar un país, reindustrializarlo, no se hace de la noche a la mañana. Hay que competir en un mundo global y ya no se puede recurrir a devaluar la peseta de forma indefinida, mientras que otros países, China, India, sí pueden.
La visión estratégica de Angela Merkel para Alemania –y por extensión para Europa- es hacerla competitiva a cualquier precio. "Made in Germany" es mucho más que una etiqueta. Ahora mismo es ya una teoría estratégica política, esconómica y social. Hay que vivir de vender fuera. Pero para vender fuera, hay que vender poco dentro, porque si hay salarios altos dentro y mucho consumo, habría presiones de precios, inflación, lo que llevaría a pérdida de competitividad.
¿Y a dónde conduce todo esto? A una sociedad europea que se está rediseñando a marchas forzadas. Las clases sociales según la sociología comunista habían desaparecido. Conceptos como "proletariado" o "lucha de clases" habían pasado a la historia de la sociología, la política y la economía. La clase media parecía haber conquistado la sociedad del bienestar para no irse nunca. Gran error. Evidentemente, tenía los pies de barro.
Merkel y los liberales creen que el Estado de Bienestar tal como lo conocíamos hasta ahora es insostenible. En el estado competitivo y exportador de Angela Merkel la clase media ha desaparecido como tal. O, para ser más exactos, la clase media ha subido un escalón. Las diferencias de ingresos entre los que más ganan y los que menos se han agrandado tanto en Alemania que apenas se puede reconocer la clase media. Hay una clase media alta, con ingresos saneados, pero ha aparecido una pseudo clase media, que se podría llamar claramente otra vez "clase baja", o "proletariado", que está condenada a servir de mano de obra barata.
Hay algunas diferencias con respecto a lo que pasaba durante la revolución industrial: el paso de una clase a otra puede ser mucho más rápido, sobre todo, pasar de una clase media alta a la clase de "proletariado". Tener un buen empleo, ingresos, ya no es ninguna garantía de que dentro de un año pertenezcas a esa clase. Pero, además, cada vez parece menos evidente la posibilidad de que un hijo de la clase baja pueda acceder a una educación superior. Si la historia son ciclos, en este caso el ciclo se cumple con precisión de espejo.
Sigamos dando pasos… si vuelven las "clases sociales" a tener vigencia, ¿está la sociedad abocada a repetir la "lucha de clases"? Hasta ahora en los periódicos, se habla de "movilizaciones sociales", "manifestaciones", "concentraciones", "escraches", a veces "vandalismo".
Los periodistas no tenemos tiempo de profundizar en lo que está pasando, nos tenemos que limitar a contarlo.
Por favor, intelectuales, ilumínenme, póngame conceptos a estas noticias. El mundo está cambiando y necesito una teoría para entenderlo.
¿Por cierto, dónde están los intelectuales españoles?