Cuando eligieron Papa a Joseph Ratzinger, en Abril de 2005, el Bild sacó una portada con el titular "Wir sind Papst" ("Nosotros somos papa"). Un intento de apuntarse al carro del "Totus tuus" de Juan Pablo II. Quería mostrar el orgullo de los alemanes porque, por primera vez en la historia, desde que se puede identificar la palabra "Alemania" con un espacio geográfico más o menos determinado, en Roma se sentaba un "alemán".
Desde el primer día se vio que el entusiasmo no era ni comparable al que habían sentido los polacos. Y pronto quedó bien claro que los alemanes respetan y admiran a Ratzinger, pero de ninguna manera lo ven como un líder de la Iglesia con la categoría de Wojtila.
La noticia de su renuncia no ha supuesto un desgarro en los católicos alemanes. Desde el primer momento, los alemanes sabían que su Papa sería un Papa de transición, que no traería una gran revolución a la Iglesia.
La revolución ya la había hecho antes. Ratzinger fue uno de los teólogos de moda del Vaticano II. Por entonces era progresista. Junto con su compañero de facultad y amigo Hans Kung dieron un fondo doctrinal y teológico a las "reformas de las formas", a la actualización de los rituales, que poco más fue el Concilio Vaticano II. La Iglesia se hizo "pop", le dio la vuelta a los altares para dar la cara a los fieles, sustituyó el gregoriano por las guitarras y las bandurrias, olvidó el latín, cambió la arquitectura y el interior de las iglesias… y aquí paz y después gloria.
En algún momento de su vida, Ratzinger se arrepintió de esas reformas. Se dio cuenta de que no habían parado la sangría de fieles que la Iglesia católica sufre desde hace más de un siglo, en realidad, desde hace 222 años. (2013-1789=222)
Es posible que incluso pensara que habían acelerado el proceso. Yo no soy teólogo, pero creo llegar a comprenderlo. La magia de los antiguos rituales católicos, anclada en milenios con raíces en religiones antiguas que se pierden en la noche de los tiempos, Mitra, las religiones orientales, los oráculos, la fuerza que emana de las piedras del Templo, la capacidad de convocatoria de unas campanas al volandero, el poder de las palabras en el idioma madre de Occidente… Prueba a rezar un Padrenuestro en latín. Aunque no sepas latín, basta con que encadenes un poco el ritmo de los sonidos..., lo entenderás. Pon un poco de música gregoriana en tu iPod y aíslate por un momento en una colegiata o en una catedral.
Luego vino el Islam, la segunda expansión. El radicalismo de una religión que lleva 6 siglos de retraso con respecto al cristianismo. ¡Los musulmanes desenterrando la Yihad y nosotros con una bandurria en la mano!
La democracia, los valores de Occidente, la sociedad del bienestar…, todo eso parecían armas inofensivas contra los nuevos muyaidines.
En algún momento, Joseph Ratzinger, uno de los hombres más cultos del mundo, que nació en una familia archicatólica de la archicatólica Baviera, debió decir "¡Basta!"
Ahí empezó su cruzada. Le dio un nombre a los pecados de Occidente "relativismo" y le imprimió un sello político : "dictadura", "la Dictadura del Relativismo". Es verdad que el concepto es público desde hace relativamente poco tiempo, poco antes de ser elegido Papa, pero Ratzinger el inquisidor ya acusaba a sus ex amigos teólogos de relativismo desde hace muchas décadas.
Junto con el Papa polaco Ratzinger formó un dúo formidable.
La cruzada ya tenía un líder, un guerrero que era una fuerza de la naturaleza y una "Eminencia" gris que daba sustento teológico a un giro de 180 grados con respecto a la senda empezada en el Concilio del "Papa Bueno", Juan XXIII. Con bondad no se gana una cruzada, debía pensar Ratzinger.
De bondad no hablan los Santos Evangelios, sí de Caridad, pero de "bondad" en el sentido moderno, no y mucho menos los textos teológicos que tan bien conoce Ratzinger. La Ciudad de Dios de San Agustín no es precisamente un canto al "buenismo". Tampoco la interpretación de la Biblia y los Evangelios de Orígenes, uno de los teólogos favoritos de Joseph Ratzinger. (Es interesante notar que Orígenes vivió a principios del siglo III y San Agustín en el siglo IV para comprender el afán de Ratzinger de desandar muchos siglos de teología cristiana).
Pero volvamos a la cruzada. Durante casi dos décadas pareció que la cruzaba funcionaba. La multitud respondía enfervorecida, se entregaba ciegamente al líder y parecía dispuesta a enfrentarse a los invasores musulmanes. La Reconquista estaba en marcha.
Ocurre que, siempre, los "estados de alarma" suelen ocultar otros problemas, que no se solucionan solos, sino que evolucionan por sí mismos.
Ratzinger, el gran teólogo, nunca vivió en el mundo real. A los cinco años jugaba a ser cura, nunca jugó a la guerra, ni al pilla pilla, ni mucho menos a médicos y enfermeras. Si acaso, se vio forzado a participar en los ejercicios de gimnasia colectiva de las juventudes hitlerianas. Para una mente tan potente en un cuerpo tan débil debió de ser un momento traumático. Quizá ahí fue consciente también de que él nunca sería un líder. Quizá hay que buscar ahí el origen de la humildad al reconocer que no puede con la tarea.
Tras treinta años de cruzada la Iglesia no ha reconquistado el territorio que perdió a largo de esos 222 años desde la Revolución Francesa, ni siquiera el perdido durante el Siglo XX y sigue perdiendo territorio en el XXI.
Benedicto XVI ha dado señales contradictorias. Por un lado, ha sido un conservador enfrentado a un mundo vaticano absolutamente inmovilista. En ese mundo, hasta Ratzinger parece progresista. Hizo tímidos intentos de borrar hasta la liturgia del Vaticano II y por un momento se llegó a pensar que podría imponer otra vez la misa en latín.
Pero en el Bundestag se reveló como un ecologista convencido y podría creerse que si votara lo haría por los verdes. Continuó la doctrina familiar y sexual intransigente del polaco puritano pero una de sus últimas medidas ha sido admitir la píldora del día después en casos de violación y hasta parece que puede tolerar las uniones civiles gays.
"Padre, me acuso…de relativismo…." ¿No es eso el relativismo, una de cal y otra de arena..., reconocer que entre el bien y el mal, Dios y el demonio, están las personas que participan, que están hechas, de las dos esencias?
Y hay que reconocerle que puso punto y final a un vergonzoso silencio y encubrimiento de los abusos sexuales a los seminarios. Los papas también se confiesan, así que supongo que en algún momento, Ratzinger, de rodillas en un reclinatorio, diría con su débil voz: "Padre, yo me confieso, he tolerado y callado ante abusos de curas a niños". Lo hizo siendo obispo de Múnich. Rectificó, pidió perdón a las víctimas, se reunión con ellos, puso en marcha pactos de indemnización, remitió a los tribunales… Si no se ha avanzado más es porque el Papa puede que sea infalible, pero no es omnipotente, ni siquiera con sus propios subordinados.
Pero hay que reconocer que es un escaso bagaje para una persona con su capacidad intelectual. Tuvo la oportunidad de dar un giro a la Iglesia, tenía la autoridad intelectual que quizá no tenían, ni Juan XXIII, ni Juan Pablo I, el Papa que murió antes de hacer la revolución que necesita la Iglesia.
Alguna vez, cuando estudiaba filosofía, pensé… ¿Si Tomás de Aquino hubiera llegado a ser Papa, habría cambiado algo el curso de la historia de la Iglesia? Por aquella época (mediados del siglo III, Inocencio IV defendía la conocida como "hierocracia", la supremacía papal en la tierra por encima de reyes y emperadores.
Hoy, se traduciría, la supremacía de la Iglesia sobre la democracia parlamentaria. Probablemente no. Entre silogismos en "barbara, darii, ferio" Tomás de Aquino se habría perdido también la eclosión de los primeros brotes del Renacimiento.
Al fin, Benedicto XVI pasará a la historia por algo tan aparentemente contradictorio y paradóhico como es abandonar el cargo, renunciar, dimitir. Una de las pocas veces en que se puede perdonar a uno la penitencia por el pequeño pecado de la vanidad: Joseph Ratzinger sabía que era la única manera de que el niño que estudió para Papa entrara en la historia.