La legislatura de Mariano Rajoy comenzó a torcerse cuando alguien le dijo que escondiéndose de la opinión pública, el país podría salir adelante. Desde entonces, y mal asesorado , se ha arrastrado por la vida política como si en lugar de haber obtenido casi once millones de votos, hubiera estado obligado a permanecer en la oposición cuatro años más. Como si tuviera que haber pedido perdón por lograr la mayoría absoluta.
La causa de tan extraño comportamiento probablemente tenga que ver con el principal defecto de todo el sistema político español: su incapacidad para rodearse de los mejores. Su indolencia a la hora de recibir oxígeno del exterior debido a un elevadísimo grado de endogamia que convierte la cosa pública en un club de amiguetes, como le sucedió a Zapatero .
Rajoy, de hecho, ha tirado por la borda un amplísimo respaldo electoral que le hubiera permitido acometer profundas reformas con amplio respaldo popular. Hasta el punto de que ha bajado los brazos en una actitud derrotista, como sostiene un fino analista, y en su lugar ha creado un pequeño núcleo de asesores que le dice cada mañana: 'Mariano, eres el mejor'; y eso explica el lamentable espectáculo de los últimos días.
Cuando se preguntaba a muchos altos cargos por lo que iba a aprobar este viernes el Consejo de Ministros, la respuesta era siempre la misma: 'Eso depende de Mariano, deSoraya y de Álvaro' . El resto de ministros -salvo Montoro y, en menor medida, De Guindos - no sabe, no contesta. Como confiesa amargamente el titular de un departamento central del Ejecutivo: 'sí, es verdad, me gustaría poder hablar más con Mariano'.
Y lo dice, precisamente, alguien que lleva un Ministerio eminentemente político con alto contenido social que afecta a derechos fundamentales. Nuestro hombre no puede hablar con su jefe, simplemente, porque Rajoy está secuestrado (él se ha dejado) y toma las decisiones en petit comité alrededor de una mesa camilla. Hasta el punto de que ni siquiera alguno de sus ministros estelares supo antes de que lo anunciara Rajoy que el Gobierno iba a aprobar una amnistía fiscal . El susodicho, con mando en plaza, se enteró por los papeles.
Nadal y la tabla de Excel
Álvaro es Álvaro Nadal , uno de los políticos más engreídos que haya dado el país en los últimos tiempos (sólo comprable a Miguel Sebastián ), quien suele confundir la acción política con un examen a economista del Estado. Cuando él ganó esas oposiciones, formaba parte del tribunal que lo examinó un dirigente de UGT y algún exmiembro del Gobierno de Zapatero , pero desde entonces conoce lo que se cuece en las empresas por lo que publica la prensa. Su contacto con el mundo de las cuentas de resultados y de los balances -al que desprecia- es nulo, y eso explica su insensibilidad por los problemas de los centros de trabajo. Ve la economía a la luz de una tabla de Excel , y por eso el presidente Rajoy ha cometido un error tras otro.
Desde luego que la culpa no es exclusivamente suya, sino de quien lo nombró. Probablemente, porque nadie le pasó a Rajoy en su día, cuando iba a ser presidente del Gobierno, una lista con los nombres de quienes han asesorado desde 1946 a los sucesivos presidentes de EEUU en asuntos económicos. En esta lista se pueden leer nombres como Arthur M. Okun , James Tobin , Alan Greenspan , Martin Feldstein, Michael Mussa , David Bradford , John B. Taylor , Joseph E. Stiglitz o Ben B. Bernanke . Algunos incluso han dado nombres a modelos económicos sencillos y razonables que décadas después se siguen utilizando (la 'regla de Taylor' o la 'ley de Okun'), mientras que otros han recibido el premio Nobel de Economía por su contribución al avance de esta disciplina. Desde luego que no es el caso de España. Y aunque es verdad que sería injusto y hasta ridículo comparar ambos países, lo cierto es que la esencia de la cuestión es exactamente la misma. Mientras que en otros sistemas políticos los gobernantes tienden a rodearse de los mejores, en España el ser compañero de partido es la regla de comportamiento. Desde luego que no en todos los casos, pero sí que estamos ante una norma casi de carácter general.
En el caso de la Oficina Económica del presidente del Gobierno, el problema no tiene que ver sólo con los nombres. Sino con su propia configuración. Carece de cualquier lógica creer que alguien que desde que llevaba pantalón corto milita en el PP como asesor (hace muchos años se le veía detrás de Rodrigo Rato como una especie de aprendiz de brujo) tenga la distancia política suficiente respecto de su jefe como para decirle lo que hay que hacer: las verdades del barquero.
Sobre todo cuando es el propio Rajoy quien ha decidido -craso error- presidir la Comisión Delegada para Asuntos Económicos, lo que hace que la toma de decisiones tenga un fuerte componente endogámico. Lo cual es todavía más sorprendente teniendo en cuenta que no hay un vicepresidente económico con voz y autoridad para marcar la hoja de ruta. Como se ve, la democracia, que no es otra cosa que el juego de contrapoderes , no existe en la Moncloa.
Una cuestión de partido
Por decirlo de una manera directa, lo que pasa en la política económica española es una 'cuestión de partido' , y eso explica en buena medida los problemas que tiene este país para salir del atolladero. Y por eso, probablemente, la decisión más inteligente que puede hacer ahora Rajoy es, precisamente, abrir su campo de mira y preguntar a tirios y troyanos sobre cómo salir de una crisis tan aguda que amenaza la convivencia.
Y no estaría de más que en su despacho entrara aire fresco reuniéndose con empresarios (no con la CEOE) para comprender la naturaleza de esta crisis. Pero no con los barandas d el Ibex que defienden su cuenta de resultados a través de ese fantasmagórico Consejo de la Competitividad; sino con pequeños y medianos patrones que le ayudarán a abrir los ojos para entender una crisis que por lo visto hasta ahora le viene demasiado grande. El discurso parece agotado. Y no hay más remedio que recordarla aquello que decía Milton : "A aquellos que han apagado los ojos del pueblo, reprochadles su ceguera."
El Gobierno, es casi una obviedad, ha envejecido de forma prematura. Y su renuncia a cambiar la esencia del Estado, como sostiene alguien que conoce muy bien los entresijos del poder , viene a ser como decirle a la ciudadanía que después de tanto sacrificio, que después de tanta sangre, que después de tanto sudor y después de tantas lágrimas, no hay triunfo final. No hay recompensa. No hay empleo que llevarse a la boca pese a una subida brutal de los impuestos y un recorte del gasto que se ha limitado a reducir el sueldo de los empleados públicos y a hundir la inversión pública , que en última instancia es el trampolín que permite a las naciones salir del agujero.
El Estado no se toca, viene a decir Montoro, convertido en una mala fotocopia de Edward Heath antes de perder las elecciones. El ministro de Hacienda que más ha subido los impuestos se baña en las aguas del fracaso. Y encima, se ríe.
El Gobierno, viene a decir su cuadro macroeconómico , admite su impotencia para bajar los impuestos y lo que es todavía más preocupante: renuncia a plantear su propio modelo de sociedad pese a recibir el respaldo de casi once millones de votantes. Sólo cabe una revuelta interna . Pero que nadie la espere dada la complacencia del modelo de partidos.